12 de junio de 2012

Por los 84 años de la muerte de Díaz Mirón

DESEOS

    Yo quisiera salvar esa distancia,
ese abismo fatal que nos divide,
y embriagarme de amor en la fragancia
mística y pura que tu ser despide.

    ¡Yo quisiera ser uno de los lazos
con que decoras tus radiantes sienes!
¡Yo quisiera en el cielo de tus brazos
beber la gloria que en tus labios tienes!

    ¡Yo quisiera ser agua que en mis olas,
que en mi olas vinieras a bañarte,
para poder, como lo sueño a solas,
al mismo tiempo por doquier besarte!

    ¡Yo quisiera ser lirio, y en tu lecho
allá en las sombras, con ardor cubrirte,
temblar con los temblores de tu pecho
y morir del placer de comprimirte!

    ¡Oh! ¡Yo quisiera mucho más! ¡Quisiera
llevarte en mí como la nube al fuego;
mas no como la nube en su carrera
para estallar y separarse luego!

    ¡Yo quisiera en mí mismo confundirte,
confundirte en mí mismo y entrañarte;
yo quisiera en perfume convertirte,
convertirte en perfume y aspirarte!

    ¡Aspirarte en un soplo como esencia,
y unir a mis latidos tus latidos,
y unir a mi existencia tu existencia,
y unir a mis sentidos tus sentidos!

    ¡Aspirarte en un soplo del ambiente,
y así verter sobre mi vida en calma,
toda la llama de tu cuerpo ardiente
y todo el éter de azul de tu alma!

En Poesías completas. 1876-1928, Ars, México, s.f.

6 de junio de 2012

Angélica y Medoro. Unas octavas atribuidas al Divino Capitán.

[...] Gracia particular que al alto cielo
quiso otorgar al bajo mundo en suerte,
es la de dos amantes que en el suelo
viven con fuego igual, con igual muerte;
verse la llama helar, arder el hielo,
un pecho quebrantar de mármol fuerte,
y que tan alto ser de amor reciba
que uno viva por él y el otro viva.

   En la cueva de Atlante, húmeda y fría,
la somnolienta Noche reposaba,
y Cintia al rubio hermano ya quería
restitüir la luz que dél tomaba,
con el rosado manto abriendo el día
la blanca Aurora flores derramaba,
y los caballos del señor del Delo
hinchían de relinchos todo el cielo,

   cuando Medor y Angélica, durmiendo
dentro en albergue que les cupo en suerte,
el dulce y largo olvido recibiendo,
juntos están con lazo estrecho y fuerte,
el aire cada cual dellos bebiendo
boca con boca al otro, y se convierte
lo que sale de allí mal recibido
en alma, en vida, en gozo, en bien cumplido.

   Con el siniestro brazo un nudo hecho
por el cuello a su sol tiene Medoro,
ciñe la otra el blanco y tierno pecho
que es del cielo y amor alto tesoro;
acá y allá, sobre el dichoso lecho
vuela el rico, sutil cabello de oro
y al caluroso aliento que salía
un poco ventilando se movía.

   Entre ellos iba Amor pasito y quedo
los bien ceñidos miembros más ciñendo,
y al dulce contemplar, gozoso y ledo,
todo se está moviendo y sacudiendo;
prueba después con el pequeño dedo
y en vano tienta el cabo, aquesto haciendo,
si puede con la punta de sus flechas
hacer lugar en partes tan estrechas.

   No pudo al fin, mas con las alas luego
(que desde Cipro, de Amatunta y Gnido,
menospreciando la región del fuego,
podrán subillo al cielo más subido),
donde volando con lascivo juego,
para quebrar un monte empedernido,
aire fresco, vital, les hace y mueve
y dentro el aire ardientes llamas llueve.

   La sábana después quietamente
levanta, al parecer no bien siguro,
y como espejo el cuerpo ve luciente,
el muslo cual aborio limpio y puro;
contempla de los pies hasta la frente
las caderas de mármol liso y duro,
las partes donde Amor el cetro tiene,
y allí con ojos muertos se detiene.

   Admirado la mira y dice: «¡Oh cuánto
debes, Medor, a tu ventura y suerte!»
Y más quiso decir, pero entre tanto
razón es ya que Angélica despierte,
la cual con breve y repentino salto,
viéndose así desnuda y de tal suerte,
los muslos dobla y lo mejor encubre,
y por cubrirse más, más de descubre.

   Confusa, al fin, halló nueva manera,
que a su Medor abraza enternecida
y con la blanca mano por defuera
trabaja de quedar toda ceñida;
dijo después la ninfa placentera:
«Paz y dichosa luz tengas, mi vida»,
y él sin hablar, con alegría no poca,
paz de su luz tomó dentro en la boca.

   La paz tomaste, ¡oh venturoso amante!,
con dulce guerra en brazos de tu amiga,
y aquella paz, mil veces, que es bastante,
nunca me fuera en paz de mi fatiga.
¡Triste!, no porque paz mi lengua cante
paz quiere[s] inmortal, fiera enemiga,
mas antes, contra amor de celo armada,
huyes la paz, que tanto al cielo agrada [...]

En Poesías castellanas completas, ed. de José Lara Garrido, REI, México, 1990.