[...] Gracia particular que al alto cielo
quiso otorgar al bajo mundo en suerte,
es la de dos amantes que en el suelo
viven con fuego igual, con igual muerte;
verse la llama helar, arder el hielo,
un pecho quebrantar de mármol fuerte,
y que tan alto ser de amor reciba
que uno viva por él y el otro viva.
En la cueva de Atlante, húmeda y fría,
la somnolienta Noche reposaba,
y Cintia al rubio hermano ya quería
restitüir la luz que dél tomaba,
con el rosado manto abriendo el día
la blanca Aurora flores derramaba,
y los caballos del señor del Delo
hinchían de relinchos todo el cielo,
cuando Medor y Angélica, durmiendo
dentro en albergue que les cupo en suerte,
el dulce y largo olvido recibiendo,
juntos están con lazo estrecho y fuerte,
el aire cada cual dellos bebiendo
boca con boca al otro, y se convierte
lo que sale de allí mal recibido
en alma, en vida, en gozo, en bien cumplido.
Con el siniestro brazo un nudo hecho
por el cuello a su sol tiene Medoro,
ciñe la otra el blanco y tierno pecho
que es del cielo y amor alto tesoro;
acá y allá, sobre el dichoso lecho
vuela el rico, sutil cabello de oro
y al caluroso aliento que salía
un poco ventilando se movía.
Entre ellos iba Amor pasito y quedo
los bien ceñidos miembros más ciñendo,
y al dulce contemplar, gozoso y ledo,
todo se está moviendo y sacudiendo;
prueba después con el pequeño dedo
y en vano tienta el cabo, aquesto haciendo,
si puede con la punta de sus flechas
hacer lugar en partes tan estrechas.
No pudo al fin, mas con las alas luego
(que desde Cipro, de Amatunta y Gnido,
menospreciando la región del fuego,
podrán subillo al cielo más subido),
donde volando con lascivo juego,
para quebrar un monte empedernido,
aire fresco, vital, les hace y mueve
y dentro el aire ardientes llamas llueve.
La sábana después quietamente
levanta, al parecer no bien siguro,
y como espejo el cuerpo ve luciente,
el muslo cual aborio limpio y puro;
contempla de los pies hasta la frente
las caderas de mármol liso y duro,
las partes donde Amor el cetro tiene,
y allí con ojos muertos se detiene.
Admirado la mira y dice: «¡Oh cuánto
debes, Medor, a tu ventura y suerte!»
Y más quiso decir, pero entre tanto
razón es ya que Angélica despierte,
la cual con breve y repentino salto,
viéndose así desnuda y de tal suerte,
los muslos dobla y lo mejor encubre,
y por cubrirse más, más de descubre.
Confusa, al fin, halló nueva manera,
que a su Medor abraza enternecida
y con la blanca mano por defuera
trabaja de quedar toda ceñida;
dijo después la ninfa placentera:
«Paz y dichosa luz tengas, mi vida»,
y él sin hablar, con alegría no poca,
paz de su luz tomó dentro en la boca.
La paz tomaste, ¡oh venturoso amante!,
con dulce guerra en brazos de tu amiga,
y aquella paz, mil veces, que es bastante,
nunca me fuera en paz de mi fatiga.
¡Triste!, no porque paz mi lengua cante
paz quiere[s] inmortal, fiera enemiga,
mas antes, contra amor de celo armada,
huyes la paz, que tanto al cielo agrada [...]
En Poesías castellanas completas, ed. de José Lara Garrido, REI, México, 1990.